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Se especula mucho acerca de la relación directa que hay entre el uso de los alimentos como una mercancía con valor financiero en los mercado globales y los crecientes índices de inseguridad alimentaria, principalmente en los países del sur del mundo. El autor del presente artículo, basado en su experiencia como especialista en seguridad y soberanía alimentaria nos lleva a una revisión ágil y directa, pero también compleja, de las fuentes de esa relación.
Seguridad y Soberanía Alimentaria más allá de la producción de alimentos
Ciro Kopp Valdivia*
En el largo proceso evolutivo de la humanidad, sin duda la alimentación ha jugado un rol fundamental. El ser humano tiene la ventaja de ser una especie omnívora, aspecto que le ha permitido adaptarse a todas las condiciones climáticas del planeta, pero con una desventaja no menos importante: la necesidad de contar con una dieta que incluya una gran diversidad de alimentos, de tal modo que pueda obtener todos los elementos básicos que necesita el organismo para su crecimiento y desarrollo adecuados.
Una historia apasionante
Hace aproximadamente 10.000 años, una mujer inventó la agricultura, que pasó a sustituir a la recolección como estrategia principal para la obtención de los alimentos. Paulatinamente se fue incorporando la domesticación de animales para su crianza y se empezaron a establecer los primeros asentamientos; a este acontecimiento se le ha denominado “revolución del neolítico”.
Como resultado de esta revolución se ha domesticado cientos de miles de variedades de cultivos y razas de animales, se ha desarrollado tecnologías de producción, transformación y conservación adaptadas a las diferentes condiciones geográficas y climáticas, se ha establecido mercados de intercambio de productos y mecanismos de almacenamiento de cosechas, haciendo que los alimentos estén muy fuertemente vinculados a las culturas.
Ese proceso también ha condicionado los patrones de consumo de alimentos de las poblaciones, convirtiéndolas en más o menos vegetarianas o carnívoras. En fases sucesivas de selección natural se fueron desarrollando mecanismos fisiológicos para el almacenamiento y utilización de reservas de energía por el organismo y las características genéticas, de acuerdo a la composición bioquímica de los alimentos; es así que hay poblaciones intolerantes a la lactosa y al gluten, o han adquirido inmunidad a la insulina. Estos procesos toman mucho tiempo, como ejemplo se estima que la incorporación de la leche de vaca a la dieta tomó alrededor de siete mil años.
Hambre y negocios
En las décadas 50 y 60 del siglo pasado, luego de haberse experimentado grandes hambrunas a consecuencia de dos guerras mundiales y factores climáticos como sequías, principalmente en África, se inició con otro proceso denominado “revolución verde”, pensada para incrementar la disponibilidad de alimentos para una población en permanente crecimiento.
Si bien esta revolución desarrolló tecnologías que han permitido obtener una producción de alimentos como nunca antes en la historia, lo que en su momento fue importante para evitar la muerte por hambre de cientos de miles de personas, ahora la lógica ha cambiado, porque los intereses están orientados a lograr la mayor rentabilidad posible a partir de la comercialización de los alimentos.
Al final, resulta que la revolución verde ha terminado beneficiando solamente a empresas transnacionales que actualmente tienen control desde la producción de las semillas hasta la venta de alimentos. Las 32 cadenas de supermercados más grandes controlan el 34% del mercado global de distribución de comestibles. Las diez mayores corporaciones controlan el 84% del valor del mercado de agroquímicos a nivel mundial. Finalmente, diez corporaciones obtienen el 55% del valor del mercado mundial de semillas y controlan el 64% del mercado mundial de semillas patentadas.
Luego de casi 70 años de su inicio, en el 2008 estallaron los efectos negativos de este nuevo sistema agroalimentario, cuando los precios de los alimentos se incrementaron de manera descontrolada por la especulación generada en las bolsas de valores donde se comercializan, y las empresas de semillas, fertilizantes y venenos registraban ganancias record y junto con ellas también se registró un número record de personas con hambre en toda la historia de la humanidad, más de mil millones, echando por la borda décadas de esfuerzo para eliminar el hambre y la inseguridad alimentaria.
Esa forma de entender la seguridad alimentaria, reduciéndola a la producción de alimentos destinados al mercado y mejor si es el de exportación, asumiendo que por añadidura un mejor ingreso económico de las familias les permitirá acceder a alimentos más baratos y, por ende, mejorar su estado nutricional sigue influenciando de manera importante a los proyectos de desarrollo rural y de producción de alimentos. Desde esa perspectiva se deja de lado e inclusive se olvida promover la producción de alimentos para el consumo de las familias y ni qué decir de acciones orientadas al mejoramiento del estado nutricional o la educación alimentaria nutricional.
Negocios y hábitos alimenticios
Un mercado de alimentos controlado por las transnacionales vinculadas a su producción y comercialización, implica que éstas definen los commodities que se van a producir, lo que ha provocado un cambio drástico en los patrones y hábitos de alimentación, no solamente de las poblaciones urbanas sino también de las rurales, ejemplo de ello es el incremento en el consumo de azúcares y grasas a partir del fast food, alimentos altamente procesados y bebidas azucaradas.
Esto también afecta a los recién nacidos y los niños menores de dos años, ya que se tiende a que la lactancia materna sea sustituida por las denominadas leches de fórmula, lo que incide no solamente en la salud de los niños, sino que también provoca daños económicos a los países. En Bolivia, por ejemplo, se ha calculado que el valor monetario de la leche materna consumida por los lactantes asciende a $US 274 millones anuales. El costo promedio de la sustitución de leche materna con sucedáneos comerciales en un lactante amamantado adecuadamente el primer año de vida asciende a $US 407.
Uno de los efectos más evidentes de la alteración de los patrones de consumo de alimentos son las verdaderas epidemias de sobrepeso y obesidad, ya presentes en países como México, Brasil y Chile, que tienen prevalencias de sobrepeso y obesidad en niños menores de 5 años por encima del 25% con la tendencia a aumentar. Los estudios de varios países nos muestran que están en pleno proceso de transición epidemiológica.
En esta nueva realidad, las personas ahora tienen un mayor riesgo de morir de enfermedades crónicas no transmisibles como diabetes, enfermedades cardiacas, insuficiencia renal y cáncer, que ya representan 70% de la mortalidad en la región. Por consiguiente, los gastos en salud se deben incrementar, estudios realizados en Brasil nos muestran que en ese país se gasta alrededor de $US 240 millones anuales para atender enfermedades relacionadas a la obesidad. En Bolivia, el programa renal tiene un presupuesto anual de $US 1.6 millones, que resultan totalmente insuficientes ante la creciente cantidad de personas con enfermedades renales.
Además de los gastos para el sistema de salud, se debe tomar en cuenta que estas personas enfermas no pueden aportar a los ingresos de su hogar; y por el contrario, se debe realizar mayores gastos en medicamentos, reduciendo así el presupuesto familiar para la compra de alimentos y aumentando su vulnerabilidad. Esto, sin contar la disminución en la calidad de vida.
Alimentación y salud
Con los descubrimientos de la función de los micro y macronutrientes en el organismo, la nutrición ha adquirido importancia y su valor ha sido reconocido: una buena nutrición es básica para la salud, es esencial para el desarrollo físico y cognoscitivo óptimo, mejora el rendimiento escolar y la capacidad de trabajo. En otros ámbitos, el mismo Banco Mundial ha señalado que la nutrición no es tan sólo una cuestión de bienestar o de derechos humanos, es una inversión económica, es un motor para el desarrollo económico y social equitativo, garantizando gobernabilidad y estabilidad política, por lo que el nivel nutricional es considerado como un indicador y resultado del desarrollo nacional.
A partir de esta evidencia, se están realizando numerosas investigaciones sobre las múltiples relaciones y vínculos que existen entre la agricultura, salud y nutrición. Las políticas agrícolas juegan un rol determinante en la situación de salud y nutrición de las personas y las comunidades, siendo los niños los de mayor vulnerabilidad ante los efectos negativos de tales medidas; y viceversa, el estado de salud de los agricultores afecta directamente la producción de alimentos.
En un contexto tan complejo, que además de la crisis alimentaria conjuga otras crisis como la financiera, ambiental y política, en la cual se está debatiendo la nueva ruralidad de nuestros países, y por lo tanto, de las estrategias para su desarrollo. La seguridad alimentaria debe tomar muy en cuenta la nutrición, ya que ahora no solamente se debe trabajar contra las consecuencias de la escasez de alimentos, sino también contra los efectos provocados por el excesivo consumo de algunos alimentos, que pueden conjugarse en un mismo hogar: la madre con obesidad y el hijo con desnutrición.
Los programas y proyectos orientados a la seguridad alimentaria, necesariamente deben incorporar acciones dirigidas al mejoramiento de los indicadores de nutrición. En este sentido, la nueva apuesta debe ser por el derecho a la alimentación, la agricultura familiar y el reconocimiento del rol fundamental que (nuevamente) debe jugar la mujer, resaltando y reconociendo su labor social y económica, generando espacios de acceso a la educación, a la tecnología y a los medios de producción, promoviendo su participación y liderazgo en la toma de decisiones.
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* Ingeniero agrónomo graduado de la Universidad Mayor de San Simón de Cochabamba. Experto en Derecho a la Alimentación, Seguridad Alimentaria y Nutricional, y Soberanía Alimentaria. Actualmente está trabajando en la Unidad del Derecho a la Alimentación de FAO.
Las opiniones expresadas en este documento son responsabilidad del autor y no comprometen la opinión y posición del IPDRS.