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La autora del artículo de esta quincena nos interroga acerca de la elección entre seguridad y soberanía alimentaria o la dependencia e inseguridad, analizando el fenómeno del incremento de los precios de los alimentos, sus causas económicas globales y los efectos perniciosos que la mala opción tiene sobre la vida de la población, particularmente la dedicada a la agricultura familiar campesina.
¿Seguridad y soberanía alimentaria o inseguridad y
dependencia alimentaria?
*Mabel Manzanal
La seguridad y la soberanía alimentaria de los pueblos y naciones del mundo están en riesgo. Esto se vincula con la mayor demanda internacional de granos y con el consiguiente aumento de superficies cultivadas, que no se centra en la producción de alimentos sino en la producción de biocombustibles (dirigidos a mitigar la crisis energética y la volatilidad del precio del petróleo -según se sostiene-). Téngase en cuenta, tan sólo como un ejemplo, el aumento notorio que se ha dado en la producción mundial de soja. En 1990/91 se producían mundialmente 100 millones de toneladas de soja (USDA, agosto 1998) y en 2007/08 se había más que duplicado, pasando a ser de 218 millones, representando el 84% de la producción mundial de oleaginosas (USDA, agosto de 1998, Foregin Agricultural Service).
Tensión entre alimentos y energía
El panorama es especialmente preocupante en América Latina y, de forma particular, en los países del Cono Sur (Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay), que han volcado sus economías a la expansión de la soja, bautizados por la corporación Syngenta con el slogan publicitario de la “República unida de la soja”, (Véase http://www.biodiversidadla.org/Objetos_Relacionados/LA_REPUBLICA_UNIDA_DE LA_SOJA_RECARGADA2).
A lo anterior se suma el peligro, históricamente regular, del aumento del precio de los alimentos, que recientemente el Banco Mundial asoció con el cambio climático, previendo “estragos para la agricultura” (Clarín, Ieco, 26 de enero de 2014). Como si todo esto no fuera suficiente, debe mencionarse otra causa no menor, que es el aumento en el consumo de la carne proveniente de ganado que se alimenta con granos (producto de la reproducción de las prácticas de la dieta de EUA y Europa en el resto del mundo), cuya difusión resulta insostenible para una alimentación generalizada de la población mundial con carencias alimenticias.
Ténganse en cuenta las agudas transformaciones territoriales y productivas en el agro, si estas prácticas se difundieran masivamente ya que, por ejemplo, para producir un kilogramo de carne, se necesitan entre siete y ocho kilos de granos (Holt-Giménez Eric y Patel Raj, ¡Rebeliones alimentarias! La crisis y el hambre por la justicia. Edición Universidad Autónoma de Zacatecas y Miguel Angel Porrúa, México DF 2012:23-24).
La promoción de biocombustibles potencia la disyuntiva preexistente entre producción de energía y alimentos, aunque, en realidad deben ser considerados campos de fuerza en conflicto y expresión de relaciones de poder buscando realizar ganancias que aseguren su proceso de acumulación.
Pese a ello, hay también autores que proponen o postulan la posibilidad de complementariedad entre la producción de alimentos y la de energía a través de biocombustibles, sosteniendo que podría darse una asociación “virtuosa” entre ambas. Por ejemplo, Ignacy Sachs, “Bionergías: uma janela de oportunidade” (En Abramovay, Ricardo (organizador), Biocombustíveis. A energía da controversia. Editora Senac, San Pablo. 2009: 161) se pregunta si la relación entre seguridad alimentaria y energética constituye un conflicto o una complementariedad.
Este autor considera que es posible que se geste una “oportunidad para atacar simultáneamente los dos desafíos del cambio climático y de la generación de oportunidades en el campo, a condición de no entrar en conflicto con la seguridad y la soberanía alimentaria…objetivos primordiales del desarrollo”.
Sachs expone ciertas alternativas que permitirían compatibilizar la competencia entre bioenergías y alimentos postulando: (i) sistemas integrados de producción de alimentos y bioenergía, (ii) apuesta a las bioenergías de segunda generación (en avance en Estados Unidos y otros países) –refiere al etanol celulósico obtenido a partir de los residuos vegetales agrícolas, forestales y gramíneas de crecimiento rápido- y (iii) la tercera generación de biocombustibles, aunque más remota, centrada en los recursos de la maricultura, como la cultura de las algas marinas para fines energéticos. Sin embargo, considero que, a través de los biocombustibles, la expansión espacial del capitalismo agudiza la desigualdad socio territorial preexistente. Como lo señala claramente el investigador Jean Marc von Waird en: Agrocombustíveis: soluçao ou problema? (Abramovay, Ricardo, Biocombustíveis. A energía da controversia. Editora Senac, San Pablo. 2009:123).
Límites de sostenibilidad
Los agro combustibles tornan la producción de alimentos doblemente vinculada a los precios del petróleo, porque, en tanto que todavía mucho combustible fósil es usado en la producción de alimentos, los precios del petróleo inciden sobre los costos de producción. En contrapartida, esos mismos precios estimulan a la producción de agro combustibles y provocan una competencia tanto en el uso de los suelos como en las inversiones. Finalmente, aquellos productos alimenticios que también puedan ser empleados en la producción de agro combustibles serán direccionados para este fin.
De hecho, diversas configuraciones espaciales que se vinculan con la expansión de los commodities del sector agropecuario y con el abastecimiento energético, dan cuenta de situaciones extremas, en el límite de la sostenibilidad social y ambiental. Sin embargo, los gobiernos recién se vieron forzados a cuestionar el uso de recursos alimentarios para la producción de combustible cuando estalla, en 2006 y 2008, la crisis mundial por la subida especulativa en el precio de los alimentos (Holt-Giménez y Patel, 2012: 64). Entonces la escasez de alimentos se convirtió en un problema internacional, claramente conectado con el incremento extraordinario de los precios, lo que impidió a mucha gente acceder a ellos.
La expansión de la industrialización y generalización a nivel mundial del consumo de carne a partir de ganado engordado con granos también afecta a la seguridad y la soberanía alimentaria mundial, especialmente de los sectores de menores recursos, dicho enfáticamente: El impacto de las dietas de carne en el sistema alimentario mundial tiene que ver tanto con cómo se produce la carne como quién se beneficia económicamente de su producción. La llamada “transición nutricional” ha significado que un número mayor de personas en los países en vías de desarrollo aspiran tener las dietas no sostenibles de EUA y Europa Occidental, en donde la gente come tres veces más carne que la gente de países en vías de desarrollo, por los ya citados investigadores Eric Holt-Giménez y Raj Patel (2012:22-23).
Se trata de un negocio de alta rentabilidad que ha llevado al incremento de las instalaciones industriales destinadas al engorde de ganado. Las nuevas dietas basadas en un mayor consumo de carne se difunden en China, India y, en general, en los países subdesarrollados, entre sectores medios y altos, promovidas por las industrias transnacionales de producción de carne, ya que, como lo señalan los autores citados líneas arriba: Mientras más recursos se destinan a la producción de carne hay menos tierra, agua y recursos para producir los granos, tubérculos y legumbres que mantienen viva a más de la mitad de la población mundial. …no es que el mayor consumo de carne en China e India esté presionando al sistema alimentario, sino que el modelo industrial de producción de carne de los países del Norte se ha expandido al Sur en las últimas dos décadas (Holt-Giménez y Patel, 2012: 24).
De hecho siempre, según estos autores, las principales corporaciones estadounidenses, como Tyson y Smithfield, lideran la propagación de las industrias de producción de carne en China y el Banco Mundial financia la difusión de las instalaciones para el engorde de ganado en ese mismo país, a través de su Corporación Internacional de Finanzas.
Sólo los sectores económico sociales medios y altos de los países podrían concebir y experimentar que el crecimiento de los agro combustibles y del consumo de carnes resulte un avance que mejora su consumo, ya sea porque se los asocia con la industria automotriz y con alternativas en el uso y consumo de autos o porque contribuyen a un supuesto ‘progreso’ de su dieta. Esa percepción es posible porque los mismos sectores suelen desconocer o están intencionalmente desinformados por parte de los gobiernos y los grandes medios de comunicación, que estos consumos conducen a problemas de alimentación y hambre para la otra mitad de la población mundial, poniendo en riesgo la seguridad alimentaria, tanto de la población más vulnerable y carenciada como de la que previamente se podía sostener bajo diferentes prácticas de auto subsistencia.
El impacto sobre la gente
Mientras tanto, el avance de los agro negocios con sus semillas transgénicas, fertilizantes, pesticidas y diversos agro tóxicos contaminan y desplazan a los cultivos tradicionales de las poblaciones locales y a las mismas poblaciones, a causa de una multiplicidad de problemas que desencadenan, entre ellos de salud y de despojo de tierras.
Por otro lado, la expansión de los commodities en general y de los biocombustibles en particular, afecta a la cotidianeidad y al tejido social de los ámbitos locales. La vida misma de la población involucrada queda comprometida, tanto de la que se ve obligada a emigrar como de la que, de una u otra forma, logra permanecer. Un entretejido de hechos relacionados conlleva a esta situación: i) el uso del suelo bajo prácticas depredadoras y contaminantes que provienen de la expansión del monocultivo y del cultivo transgénico, ii) el acaparamiento de tierras y de sus recursos esenciales, como el agua, iii) el desconocimiento o desprecio por el derecho de posesión de la tierra de las comunidades indígenas o de la población criolla, asentada en sus hábitats desde siempre o por generaciones, y iv) la desvalorización de la formas de vida campesina e indígena.
Miles de productores familiares campesinos y sus familias que viven, subsisten, producen y se reproducen en los ámbitos de la agricultura familiar campesina, terminan siendo expulsados y despojados de sus bienes bajo mecanismos variados (ilegales o legitimados por los usos y costumbres del poder dominante) que los llevan a emigrar, ya sea por el no reconocimiento de su derecho de usucapión o por la falta de oportunidades de trabajo y subsistencia, por la presión de los actores interesados en sus tierras, por problemas de salud resultantes de la contaminación ambiental, por la judicialización de su protesta o por la persecución de que son objeto. En ese proceso de despojo se ignoran o desestiman sus prácticas de alimentación y de salud, sus modalidades de relación con el medio, sus formas de provisión de alimentos, su relación con la biodiversidad, sus formas de movilidad y de acceso a servicios básicos como el agua y la vivienda. Por lo tanto, las poblaciones agricultoras campesinas son avasalladas con distintas acciones de desposesión y depredación.
¿Cuándo parar?
La negación de las identidades y culturas locales, de sus modalidades productivas tecnológicas y de comercialización -entre ellas las relacionadas con la producción local de semillas y su trueque- se traduce en la imposición de modelos y prácticas foráneas, justificadas por una mayor productividad y eficiencia; aunque en realidad, conduzcan a la subordinación al mercado global y a la dependencia del sector financiero y especulativo.
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* Es economista y doctora en el área de geografía. Actualmente es investigadora principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICET), docente y Directora del Programa de Economías Regionales y Estudios Territoriales del Instituto de Geografía -Facultad de Filosofía y Letras- de la Universidad de Buenos Aires.