“No sé si toda mi vida voy a trabajar la tierra”, así expresó Carla —una joven de una comunidad del municipio de Palacagüina en el departamento de Madriz, quien trabaja en tierra ajena, lo hace a medias con otra mujer que utiliza la parcela del marido— al participar en un estudio que realiza el Instituto de Investigación y Desarrollo Nitlapan-UCA, la Asociación para la Diversificación y Desarrollo Agrícola Comunal (Addac) y Octupan sobre la situación de jóvenes rurales y su acceso a la tierra.
Carla es una de las muchas muchachas de comunidades rurales del país que enfrentan dificultades para tener acceso a la tierra y apoyo para desarrollar su vida como productora de alimentos. Como ella, hay otras tantas que cultivan alimentos en tierras prestadas, alquiladas o en mediería. Muy pocas tienen posibilidades de comprar tierra en sus comunidades, donde la sequía se ha vuelto un fenómeno recurrente y donde hay escasa tierra en venta. Pocas jóvenes tienen la oportunidad de recibir tierra en herencia, a menudo los padres no ceden su tierra porque cómo sobrellevarían su vejez.
La precariedad de la vida las obliga a salir de sus comunidades para buscar trabajo asalariado en las plantaciones de tabaco, en las empresas de puros o de flores que operan bajo el régimen de zona franca en áreas cercanas, donde consiguen trabajo por temporadas. Otras se van a otro país en busca de opciones en el servicio del cuidado a personas en hogares. Las que no migran, como Carla, ven en el estudio una esperanza, mientras tanto enfrentan su situación entre la búsqueda de un pedazo de tierra para cultivar (el maíz para las tortillas y los frijoles), el trabajo temporal asalariado, estudiar algo y, si se puede, la compra-venta de algunos productos para generar ingresos.
En Rancho Grande, Matagalpa, aunque con un clima diferente a Palacagüina y en donde la caficultura y la ganadería son atractivos para la generación de ingresos, otras jóvenes de 11 comunidades rurales en el estudio comparten el mismo deseo de Carla. “Yo quisiera tener una tierra propia para poder cultivar todo lo que a mí me guste”, dijo Paula. El gusto por cultivar la tierra y producir alimentos resaltó en las discusiones con jóvenes de 18 a 25 años, evidenciando que aún queda esperanza en el campo de que no todos migren como opción para tener ingresos. Quedarse en las comunidades y no migrar, no obstante, necesita ser apoyada localmente para que sea posible construir modos de vida dignos en el sector rural. Retener a la juventud rural en sus comunidades pasa por ayudarles a encontrar medios para tener acceso a recursos, entre ellos la tierra propia, el financiamiento, la capacitación técnica e información para acceso a mejores mercados. Retener a la juventud rural también requiere desmontar las normas culturales de género enraizadas que se contraponen a las aspiraciones de las jóvenes. Como explica Perla: “… lo que pasa es que a nosotras las mujeres, como que nos ven menos, si el varón dice ‘yo voy a agarrar ese terreno y voy a hacer tal cosa’, eso hace, pero nosotras las mujeres no, yo por lo menos en mi caso estoy luchando por algo propio, que sea mío, que nadie me impida o que diga ahí no podés vos”.
El estudio muestra que, aunque hay jóvenes interesadas en trabajar la tierra para producir alimentos, la falta de tierra propia, la carencia de condiciones óptimas para producir y la incertidumbre de no saber si podrán continuar trabajando la tierra ajena, las pone en varias disyuntivas. La primera es abandonar la comunidad para moverse a otros sitios donde puedan trabajar y generar ingresos. La segunda es moverse constantemente entre su comunidad y otros sitios urbanos cercanos donde pueden emplearse de manera temporal o permanente, algo que ocurre si hay alguna oportunidad de empleo y transporte colectivo fluido desde sus comunidades, como es el caso en Palacagüina. Tercero, pese a las limitaciones económicas, las jóvenes buscan continuar estudiando (un curso corto para aprender un oficio o una carrera técnica o profesional). Ven al estudio como la oportunidad para conseguir trabajo asalariado o poner un pequeño negocio. A estos tres escenarios de opciones le acompaña siempre el deseo expreso de las jóvenes de tener su pedazo de tierra para cultivar. Si lograran un trabajo fijo, de todas maneras, les gustaría continuar sembrando cuando pudieran, dijeron algunas, mientras otras hablaron de la posibilidad de ahorrar para comprar un pedazo de tierra, porque, como dijo una de ellas, es que la tierra no te quita, la tierra más bien te da.
**La doctora Selmira Flores es directora del Programa de Investigación del Instituto de Investigación y Desarrollo Nitlapan-UCA. Ese blog se publicó originalmente aquí **