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Las mujeres del mundo rural están mucho más expuestas que las del urbano a la sobrecarga que las tradiciones de división sexual del trabajo les han impuesto. Su papel en la reproducción social es invisibilizado por la subvaloración “del trabajo reproductivo, productivo y para el autoconsumo” (Fao, 2017, p. 1) y por su baja posibilidad de participación política institucional. La feminización de la pobreza y la frustración del potencial económico de las mujeres tienen sus raíces en la distribución desigual del trabajo no remunerado; en la falta de apoyo tecnológico y financiero a las actividades productivas impulsadas por mujeres; en la desigualdad en el acceso al capital, los recursos y el control sobre ellos —particularmente tierra y crédito— y a los mercados laborales; y en las prácticas sociales que contienen prejuicios de género, que permiten escenarios de articulación entre violencias y dependencia económica y que limitan su participación en escenarios de toma de decisiones