Por: Ruth Chaparro, Fucai
En lo más profundo de los territorios de Colombia y América, donde la selva se entrelaza con los ríos y el viento susurra secretos ancestrales, habitan las mujeres que sostienen el mundo. Ellas, las guardianas de la tierra, las tejedoras de vida, las que conocen los ritmos de la naturaleza como el latido de su propio corazón. Son las mujeres indígenas, las portadoras de un saber milenario que, en medio de un mundo que avanza sin tregua, nos recuerdan que el verdadero desarrollo no destruye, sino que nutre y protege la vida.
Queridas Mujeres Indígenas de Colombia y de toda América, esta es una carta que lleva consigo la voz de quienes admiramos profundamente su coraje y su dedicación hacia la conservación ambiental y el desarrollo sostenible. Ustedes han mostrado al mundo que es posible vivir en armonía con la Madre Tierra, respetando sus ciclos, escuchando sus necesidades y devolviéndole con gratitud lo que nos ofrece. En sus comunidades, el equilibrio no es un ideal lejano, sino una realidad vivida, una práctica cotidiana que enseña que la vida, en todas sus formas, merece respeto.
Desde la cuna de sus saberes, han levantado familias basadas en la igualdad, en la justicia y en el respeto mutuo. Han protegido sus idiomas, esos que describen el mundo de maneras que el resto apenas empezamos a entender. Conocen cada planta, cada semilla, cada ciclo de la tierra. Son maestras espirituales y médicas tradicionales, capaces de sanar sin necesidad de hospitales o medicamentos modernos. En sus manos, la vida se mantiene a pesar de las adversidades, aunque su medicina también enfrenta la amenaza de perderse, como tantos otros saberes antiguos en un mundo que cambia rápidamente.
Son ustedes, mujeres sabias, quienes nos han enseñado que la lucha por la justicia, por la vida y por la naturaleza no se puede hacer en soledad. En sus comunidades, las alianzas entre mujeres son fuertes, pero también saben que los hombres deben ser aliados en esta lucha. Han alzado sus voces para exigir que se forme a los hombres en el respeto y la defensa de las mujeres, porque proteger la naturaleza y detener el cambio climático es una tarea conjunta, de hombres y mujeres, de todas las edades y de todas las culturas.
Y a pesar de todo, han enfrentado con una dignidad implacable las sucesivas violencias que la historia les ha impuesto. Como lo atestiguan informes y testimonios, las mujeres indígenas han sido doblemente discriminadas: por ser mujeres y por ser indígenas, por enfrentar la pobreza y la exclusión, muchas veces sin acceso a la justicia. Pero en lugar de rendirse, han transformado ese dolor en una fuerza que inspira y moviliza. Se han convertido en defensoras del territorio, en guardianas de los ríos, las semillas, los animales, y han tejido redes de resistencia a lo largo y ancho del continente.
Hoy, estas mismas mujeres que siembran, curan y protegen la vida, también se organizan para vigilar los proyectos y programas que afectan sus comunidades. Con un ojo crítico, exigen transparencia, justicia y respeto. Y con el mismo coraje, demandan al Estado y a la sociedad en general que se les escuche y se les incluya en las decisiones que afectan su tierra y su futuro. Exigen que sus voces sean parte de los planes de desarrollo, no como un adorno, sino como un pilar fundamental para un futuro sostenible.
Ustedes, mujeres de la tierra, son ejemplo de resiliencia y fortaleza. En lugares como el Amazonas, producen casi todo lo que necesitan, demostrando que la autosuficiencia es posible cuando se trabaja en armonía con la naturaleza. Sus cocinas, llenas de sabores ancestrales, han inspirado a chefs de todo el mundo, pero lo que realmente alimentan es el espíritu de quienes entienden que la verdadera riqueza está en lo simple, en lo orgánico, en lo natural, en lo saludable, en lo que no destruye.
Han sido violentadas, invisibilizadas, pero nunca han sido derrotadas. Y en esta lucha, no están solas. Las alianzas que han forjado con otros sectores – desde ONG hasta empresas privadas y entidades gubernamentales – son prueba de su capacidad para negociar, para exigir y para construir. Y aunque el camino sigue siendo difícil, continúan caminando con la cabeza en alto, como veedoras de su propio destino, como constructoras de un futuro donde el desarrollo no sea sinónimo de destrucción.
En estas líneas, recogidas al caminar juntas, queremos expresar nuestra profunda gratitud y admiración. Porque de ustedes hemos aprendido que proteger la naturaleza es proteger la vida misma, que detener el cambio climático es una tarea que necesita de todas nuestras manos, nuestras voces y nuestros corazones. Con todo nuestro respeto y admiración, enviamos un saludo lleno de fuerza y resistencia a las Mujeres Indígenas que, con su coraje, nos guían hacia la conservación ambiental y el desarrollo sostenible.
Foto: Rubén Hernández, Flickr, (CC BY-SA 2.0)
Blog publicado originalmente en el sitio web de Fucai